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Un verano sin Italia

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Un verano sin Italia
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Image30/11/2017

 

Las hojas que vuelan libres en otoño se pierden en la oscuridad. El fútbol italiano, marchito a las puertas del invierno, difícilmente va a florecer cuando llegue la primavera, y sufrirá de nostalgia en verano. Se viene un Mundial sin Italia, sin Holanda, sin algún otro notable de otro tiempo. Pero la caída de los transalpinos es la más pronunciada de todas, porque siempre fueron parte del paisaje. Tradicionalmente nadie los quería ver, ni en pintura; y ahora que no estarán en el bombo, los extrañan.

 

   Cada cuatro veranos siempre surgía la figura de algún futbolista italiano con una curiosa historia bajo el brazo. El eterno juventino Roberto Bettega llevaba el estandarte de los grandes delanteros azzurri en Argentina’78; Paolo Rossi le tomó el relevo en España’82, luego de penar dos años sin jugar por las apuestas clandestinas; Alessandro Altobelli, Spillo, paseó su elegancia por México’86; Salvatore Squilacci salió de la chistera en Italia’90; cuatro años después, Roberto Baggio lideró el ataque italiano en EEUU; en Francia’98 le tocó el turno a Christian Vieri; en Japón y Corea ya lucía estampa bajo palos Gianluigi Buffon, hasta nuestros días; Alemania 2006 encumbró a Fabio Cannavaro como ¡Balón de Oro!; en Sudáfrica 2010, la selección eslovaca liderada por el ídolo napolitano Hamsik, dejó fuera del torneo a Gennaro Gatusso y compañía en la primera fase del torneo; en 2014 ocurrió algo parecido, con el ilustre Andrea Pirlo en su penúltima estación como internacional en la tierra delfutebol: Brasil. Futbolistas de todo tipo y condición: con mucha grinta la mayoría, y unos cuantos seductores y sutiles sobre el verde. Italia siempre asomaba la cabeza por alguna esquina.

 

   Fueron campeones del Mundo en España’82 sin ganar un partido en la primera fase. Colgados de la incertidumbre durante muchos encuentros, los italianos se aferraron a un goleador que rescató Bearzot de las catacumbas. La astucia de Rossien la segunda fase terminó coronando a Italia en Madrid, entre los brincos del presidente de la República Sandro Pertini. Pero en aquel torneo, entre los azzurri, las pinceladas de excecpción corrieron a cargo del romanista Bruno Conti. En Italia siempre había algún jugador diferente.

   Esos calciatori de excepción, por clase, en su época ligados de por vida a un solo club, estaban habitualmente rodeados de espartanos, que alimentaban la vieja leyenda del fútbol italiano: el esfuerzo, la táctica, la marca ferrea eran sello sagrado. Pero ,tradicionalmente, había tipos como Gaetano Scirea , grandes futbolistas que salían al paso. Porque en Italia nunca han faltado jugadores sobresalientes. Sin embargo, era frecuente el debate de “éste o aquél”. Sobre la conveniencia de juntar a dos grandes figuras emblemáticas de la época. Las disputas dialécticas eran recurrentes desde los tiempos de Rivera y Mazzola. Desde antes, incluso. Dos talentos juntos, “demasiado lujo”. Rigor táctico, por encima de todo. La disputa surgía cada vez que se podían juntar futbolistas brillantes: Baggio y Zola; Baggio y Del Piero; Baggio yPirlo (en la primera época); Totti y Del Piero... Aunque, de alguna manera, muchas veces terminaran juntándose sobre el césped. Por el bien del juego; por fortuna, para Italia.

 

   Roberto Baggio pasó por todos los grandes de Italia y siempre pareció estar bajo sospecha. Il Codino, suave como la seda, disfrutó sobre todo en Brescia, a la sombra de las grandes escuderías (allí coincidió con Guardiola). En la Juventus lo desplazaron para hacerle un sitio a Alessandro Del Piero, Pinturicchio. Pero el caso más curioso fue el de Andrea Pirlo, un trequartista de gran luminosidad que denostaron en el Inter, y se liberó en el Brescia (junto a Baggio) de la mano de Carlo Mazzone. Al coincidir en el mismo equipo con Roberto Baggio (sucedió anteriormente en el Inter), el sabio entrenador planteó la posibilidad de retrasar la posición de Pirlo para que oficiara de catalizador, y desde el corazón del juego despegó la figura del mejor jugador italiano en muchos años. En Milán le dieron la manija durante una década; y la Juventus se benefició luego de sus últimos grandes momentos como faro del equipo. Pirlo encarnó el estilo, la cultura del pase, con sumo gusto. Con Cesare Prandelli en el banquillo de la selección, Italia comenzaba a desprender otro aroma futbolístico de la mano del centrocampista de referencia, pero la abultada derrota ante España en la final de la Eurocopa 2012 aparcó las tentaciones poéticas, para virar hacia una versión más rugosa y enérgica con el entrenador ganador del momento en la Juventus: Antonio Conte.

 

   Pero la categoría de los futbolistas italianos fue menguando en el tiempo. Las grandes figuras comenzaban a escasear, con la Juve como único equipo transalpino a la altura de las circunstancias en el concierto continental. Milán, ciudad futbolísticamente marcada por dos transatlánticos, se ha ido cayendo, hasta el punto de no frecuentar las grandes noches europeas. Milan e Inter hace tiempo que dejaron de ser equipos de Champions. Mientras, emerge el gran rival del sur, el Napoli, con un estilo poco habitual en Italia, que ni en tiempos de Maradona. El entrenador napolitano, Maurizio Sarri, ha llevado a su equipo a lo más alto de la clasificación en la Serie A con un juego combinativo, armónico, nada común por aquellos lares.

 

   Se da una circunstancia curiosa e inquietante en las grandes squadras del país: cada  vez cuentan con menos jugadores locales. En equipos como la Roma a veces se cuentan con la mitad de los dedos de una mano. Ello orienta el foco hacia las otrora prolíficas canteras; a los equipos primavera de turno que ya no aportan tantos futbolistas como antaño. En el conjunto capitalino, Conti, Di Bartolomei o Totti fueron banderas que inspiraron a los aspirantes de la academia, pero el porcentaje e impacto de los canteranos se ha ido reduciendo. Italia adolece de las grandes figuras que siempre tuvo.

 

   En los ochenta el Calcio era el campeonato de referencia. Con la apertura del mercado extranjero, muchos de los ilustres aterrizaron en Italia. Casi todas las principales estrellas del Mundial de España estaban allí: Júnior en el Torino, Sócrates y Passarella en la Fiorentina, Falcao en la Roma, Rummenigge en el Inter, Platini y Boniek en la Juventus, Zico en el Udinese, más tarde Maradona en el Napoli. La tendencia se estiró hasta la época de los tulipanes en el Milan. Arrigo Sacchi revolucionó el fútbol de la época desde Italia, con Rijkaard, Gullit, Van Basten, y un ramillete de futbolistas locales, bastantes canteranos, de primer orden mundial. Con una propuesta arrolladora, que causó furor a finales de los ochenta y principios de los noventa. Aquello fue un verso suelto en la historia del fútbol italiano. Una obra maestra de alguien que venía de entrenar al Parma en la Serie B. Sacchi fue un técnico transgresor en Italia: su Milan era un equipo de autor. Antes y después de aquello tuvieron que salir de la Serie A grandes jugadores poco valorados, en su mejor edad: Laudrup, Bergkamp, Roberto Carlos, Henry o Vieira partieron a otras ligas para terminar de exprimir su enorme potencial.

 

   En la escuela de entrenadores de Coverciano huyen de la idea de un solo molde que les caracteriza. Últimamente, diversos entrenadores italianos han ganado títulos en otras latitudes; y mientras, en su país de origen el fútbol sufre un colapso con la eliminación camino del Mundial de Rusia.

 

    Hace quince años Milan y Juventus disputaban la final de la Copa de Europa; tres después, Italia ganaba su cuarto Mundial; a finales de los ochenta y en los noventa, sus equipos copaban las finales de la Copa de la UEFA. La jerarquía del fútbol europeo ha cambiado de forma sustancial. Sin Italia, el Mundial pierde a uno de sus grandes clásicos. Al competidor por excelencia. Será un verano futbolísticamente extraño.

 

 

 

                                                                                                 Naxari Altuna (periodista) Image



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