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La mutación germana

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La mutación germana
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alemaniaEl fútbol corre en busca del espacio libre. Es de lo poco que no cambia en un deporte en permanente ebullición. El juego es el mayor enemigo de las modas y el inmovilismo. La esencia misma del balompié; aquello que hace mover la pelota y latir al propio balompié.

 

 

   La capacidad transformadora del fútbol sobre el terreno de juego no conoce límites. Los tópicos van cayendo irremisiblemente por la fuerza del talento y la valentía de unos osados, que en vez de tirar la puerta abajo, decidieron sortearla, buscando resquicios por la ranura. Cuando uno descubre el pequeño periscopio que adorna la superficie rectangular del recio roble, verá que al otro lado algo ha cambiado. Alemania, el país del rodillo, del once contra once decidido de antemano, es un ejemplo más de que en el fútbol no caben los prejuicios.

 

Los germanos truncaron muchos sueños durante años por empuje. Su mentalidad era inabordable. Eran espartanos que combatían con ardor, impulsados por la fuerza del orgullo. Jugar contra Alemania significaba tener pesadillas antes del partido, sufrir su insistencia durante el choque, y prolongar el sentimiento de inferioridad a la espera del siguiente choque. El Borussia Mönchengladbach de los años 70 que competía directamente con el Bayern Munich más glorioso, era una especie de excepción dentro del riguroso conpecto balompédico teutón. Aquel equipo que dio cobijo a futbolistas como Netzer,  Vogts, Bonhoff, Heynckes, Wimmer, Jensen, Simonssen,  Stielike… y que más tarde apadrinaría a Löthar Matthäus, fue un manantial de agua cristalina. Allí se jugaba con suma delicadeza. Sonaban los violines de forma rítmica y la pelota se explayaba en campo abierto.

 

   Pero ante los ojos de la mayoría prevalecía el Bayern Munich, básicamente porque ganaba, comandado por un cisne de cuello alto que sacaba la pelota como si no tuviera rivales ante sí. El orden futbolístico tenía nombre y apellido: Franz Beckenbauer. Otra excepción. La gran excepción podríamos decir. Si viajáramos al otro extremo del campo, advertiríamos la menuda figura del cañonero más prolífico del futbol alemán: el insaciable Gerd Müller. El fútbol germano se alimentó durante décadas de la estirpe y temperamento de este delantero multiplicado, por eficacia y espíritu inquebrantable. Günter Netzer, dentro de su delicadeza, era una rara avis, como lo fue más tarde Bernd Schuster, que reventó con su clase y clarividencia la Eurocopa de 1980. Curiosamente, Alemania ya no lo pudo disfrutar nunca más. Los futbolistas cerebrales eran muy sensibles en Alemania.

Quizá el jugador más valorado en muchos años por aquellas tierras haya sido Löthar Matthäus. El mariscal todoterreno. Su multifuncionalidad ilustraba al futbolista ideal en Alemania. Mando, empuje, y resolución implacable. En los ochenta los germanos contaron con futbolistas de granito. Y en esas asomó desde Colonia un chico menudito, de piernas arqueadas, dispuesto a regatear barreras. Quién no recuerda a Pierre Littbarski. Era otra pequeña excepción. Futbolistas como Horst Hrubesch hacían más ruido. Pero a la vuelta de la esquina siempre asomaba Klaus Allofs, para reivindicar que todos tenían sitio. Y luego surgió Thomas Hässler, el hombre que gravitaba en forma de zig-zag.

 

   Alemania seguía ganando, hasta que dejó de hacerlo. Fue subcampeona del Mundial 2002 con una mezcla extraña, donde sobresalía la figura de Michael Ballack. Otro símbolo del poderío, por su portentosa llegada. Pero los germanos cayeron en desuso. La Eurocopa de 2004 marcó la línea roja. A partir de entonces el balompié teutón se ha reinventado de una forma asombrosa. Aprovechando la disputa de su Mundial, acometieron un cambio estructural que lo coloca a la vanguardia del fútbol. Pero lo más llamativo ha sido la transformación del estilo; los criterios de selección a la hora de promocionar al futbolista de élite, desde las categorías inferiores.

 

   Mismamente, el equipo que disputó la final del europeo de 2008 ante España, hace tres años, ha cambiado de forma profunda.  Alemania sorprendió por talante y estilo en el pasado Mundial. Pero, sobretodo, llamó la atención cómo había cambiado la fisonomía del fútbol germano: una sociedad cosmopolita, con sensibilidades diferentes, reflejada en el terreno de juego de la mano de Joachim Löw. Atreverse a juntar sobre el tapiz a gente como Lahm, Schweinsteiger, Özil, Müller, Kroos, Götze, Schürrle, Podolski y cía es sintomático. Pronto asomará otro gran talento: el delantero del Mönchengladbach Marco Reus.

 

   En Alemania sigue habiendo referentes irrefutables, como Miroslav Klose, por ejemplo, estandarte del futbolista teutón de toda la vida. Pero viendo jugar una vez más a Alemania, comandada por el turco-alemán Mesut Özil (gigante), nos recuerda que todo es posible, y todos tienen cabida en el fútbol. Cuando se trata de jugar, los futbolistas siempre ganan. Alemania ya tiene billete para la Eurocopa de Polonia y Ucrania.

 

 

                                                                                                 Naxari Altuna (periodista)   naxari altuna



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