Claudio Bravodebutó en Mallorca hace unas cuantas temporadas. Semanas atrás le recordaban aquel afortunado estreno, con los palos como generosos aliados. Los postes y el travesaño también juegan. Esta temporada los palos le han dado la espalda en Mallorca, evitando un resultado mejor. Fue un garrotazo seco, vista la posterior trayectoria de la Real en la Liga. Un golpe de tal calibre, que terminó por desconfigurar al conjunto txuri-urdin.
Posteriormente, Athletic, Zaragoza, Getafe y Levante le han propinado cuatro palos. Exceptuando el choque ante el Getafe en Anoeta (0-0), la Real, para puntuar en cuatro de los últimos cinco partidos, habría necesitado marcar, al menos, dos o tres goles en cada uno de ellos. Una exigencia demasiado grande para un equipo desorientado.
Ante el Athletic, la Real anduvo por debajo en juego, pero el poste evitó que Griezmann adelantara a los suyos. En Zaragoza, el palo se lo autopropinó el conjunto txuri urdin en la cabeza, para salir aturdido al campo. El larguero escupió un derechazo de Pedro León el pasado domingo en el minuto 90. Y en el Ciutat de Valencia, ante un líder sobredimensionado por su autoestima, los palos fueron varios: el más cruel, un zurdazo de Rubén Suárez al fondo de las mallas en el tiempo añadido con Bravo clavado como una estaca.
¿Qué le pasa a la Real? Por desorientación, por extramotivación para revertir una situación peligrosa, por fallos incomprensibles, por aquello del perro flaco… Resulta ser un equipo poco fiable, hasta cuando parece apuntar mejoría (ya sucedía en temporadas anteriores). Su salida ante el Levante fue fulgurante. Sorprendió su determinación a la hora de atacar la pelota, algo desconocido en anteriores encuentros. Incomprensible la diferencia. Como sorprendió la alineación de Dani Estrada, junto a Carlos Martínez. Como sorprendió el segundo tanto del zarauztarra en la presente temporada…
El Levante se libró del segundo. La Real iba acumulando palos. Y alguien se acordó del partido de Mallorca: “a que terminan igual…”. El soprendente equipo de Juan Ignacio Martínez, un entrenador hipermediático en los últimos tiempos, trabaja el aspecto emocional de forma singular. Al Levante, si algo le sobra es autoestima, por mor de los resultados, y ayer levantó el partido por convicción. En esas circunstancias todo resulta favorable por inercia: los rebotes, los contragolpes parecen golpes de luz, y las barreras más resistentes caen resignadas.
Philippe Montanier volvió a cambiar cosas, salió a por todas, los palos se aliaron con el rival, atizaron por dos veces al conjunto txuri urdin, Iñigo Martínez tomó el ariete para derrumbar la meta rival, Joseba Llorente pudo cambiar el rumbo del equipo y el propio, pero el hijo de Cundi, un zurdo certero, atizó de forma implacable cuando no había lugar a réplica. La Real volvió al mismo estado de las últimas jornadas: aturdida por el enésimo palo.
Naxari Altuna (periodisa)