Ivica Osim (bosnio) tomó la palabra. A su derecha, Miljan Miljanic, toda una institución. Con la voz sobrecogida por la decepción, el seleccionador que había llevado a Yugoslavia hasta los cuartos de final del Mundial italiano expresaba su sentimiento ante la decisión de Naciones Unidas: el fútbol yugoslavo quedaba bloqueado, sin poder participar en la fase final de la Eurocopa en Suecia (1992). La guerra de los Balcanes ponía en cuarentena, probablemente, a la mejor generación plavi que se recordaba. No había posibilidad de reconsiderar el dictamen.
Unos meses antes, en medio de las disputas, la federación de las seis repúblicas (Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, Macedonia) y las dos regiones autónomas (Kosovo y Vojvodina), con cinco idiomas oficiales, veía cómo la selección que aglutinaba al conglomerado se metía entre las ocho mejores de Europa. El equipo era una mezcla de veteranos con mucho vuelo y la generación campeona del mundo sub’20 en Chile, cinco años antes.
Zvonimir Bobanilustraba la prosperidad del fútbol balcánico. Un mediocampista rebosante de talento, referencia del Dinamo Zagreb. El 13 de mayo de 1990 Boban se vio envuelto en un tumulto que reflejaba sobre el césped la terrible realidad de la zona. El Estadio Maksimir de la capital croata iba a albergar uno de los grandes duelos del balompié yugoslavo: Dinamo Zagreb-Estrella Roja de Belgrado. Las algaradas tomaron la tribuna, llena de ira y golpes mútuos. El desbarajuste se adueñó del terreno de juego, con una batalla campal sin precedentes. Golpes, carreras, locura. Boban perdió la compostura, sumándose a la batalla. Hinchas, futbolistas, fuerzas del orden; los golpes se entremezclaban sobre el verde.
Boban fue uno de los jóvenes que se hicieron con la corona mundial en 1987. Aquellos futbolistas crecieron juntos, casi desde la cuna, y estaban llamados a refrendar la gloria con la selección absoluta. Robert Jarni, Igor Stimac, Robert Prosinecki, Davor Suker (croatas); Branko Brnovic, Pedrag Mijatovic (montenegrinos), formaban, entre otros, el combinado comandado por Mirko Jozic. Algunos ya asomaron en el Mundial de Italia (1990); y juntos, veteranos y jóvenes, caminaban hacia un título europeo que era posible.
Camino de Suecia’92
14 de noviembre de 1990. Yugoslavia se dispone a ganar su tercer partido consecutivo en el grupo 4 valedero para la Eurocopa de Suecia. Y lo hace con autoridad en Dinamarca. Un partido con una carga simbólica muy grande por el posterior devenir de los acontecimientos. Los daneses llevaban nueve años sin perder en casa. Justamente desde que la propia Yugoslavia les derrotara (1-2) en la fase de clasificación para el Mundial de España. De aquel equipo yugoslavo que disputó la Copa del Mundo en 1982 quedaba un centrocampista inmenso: Safet Susic (bosnio). El futbolista del PSG agarró la pelota en el costado izquierdo de su propio campo y en una conducción devastadora ganaba terreno eliminando rivales con elegancia y autoridad. Era el jerarca del juego plavi. Llegó a la frontal después de limpiar el panorama; entonces la pelota salió trastabillada, hasta que conectó con la bota derecha de Mehmet Bazdarevic (bosnio), un diez aplicado y de buen pie. Zurriagazo. Golazo de Mécha. Al filo del final, un contragolpe dirigido por el extremo Zlatko Vujovic (bosnio-croata), terminaría con un centro geométrico a la cabeza del interior izquierdo Jarni, que finiquitó la jugada llegando desde el lado opuesto. 0-2 ganaron los plavi. En aquel equipo había de todo, y de diversa procedencia; pero lo que más sobresalía era el talento: la elegancia de Faruk Hadzibegic (bosnio) en el fondo, junto al contundente Pedrag Spasic (serbio); la banda derecha tenía bigote, con el sobrio y aplicado Zoran Vulic (croata). El mariscal esloveno Srecko Katanec, erigido en ancla móvil, equilibraba cualquier desajuste en la medular; los cerebros bosnios agilizaban las gestiones en el tránsito (Susic&Bazdarevic); Jarni era profundo y certero en la banda zurda, como interior o lateral de largo alcance; el más ofensivo de los gemelos Vujovic, Zlatko, a veces era aturullado, pero percutía sin desmayo por cualquiera de las dos orillas. Y arriba, el macedonio Darko Pancev: Mr. Gol.
En la primera parte caía lesionado el goleador del Estrella Roja. Ocupó su lugar un mediocampista croata fino, finísimo: Zvonimir Boban. Ese día no jugaron otros ilustres de clase acreditada. Dos de ellos en boga, codiciados por los grandes clubes de Europa: Robert Prosinecki y Dejan Savicevic (montenegrino). El rubio croata era suave como la seda y sensible al tacto con la pelota; el rizado zurdo resultaba ingenioso con el balón en los pies. Una suerte de mago. Con el ocho a la espalda rompía cualquier lógica. Ambos lideraron al Estrella Roja hacia la conquista de la Copa de Europa unos meses después en Bari (1991).
Vayan sumando a todos los mencionados gente como Sinisa Mihajlovic, Miroslav Djukic, Vladimir Jugovic, Slavisa Jokanovic, Dragan Stojkovic (Pixie, el otro genio) (serbios); Pedja Mijatovic, Davor Suker, Alen Boksic (croata)... y más tarde Darko Kovacevic o Savo Milosevic (ambos serbios).
Ivica Osim había conseguido encajar un puzzle difícil, por todo lo que se cocía fuera del fútbol. El equilibrio imposible auspiciado por el viejo alquimista quedó dañado en un amistoso que enfrentó a Yugoslavia y Holanda en Zagreb. Los ánimos caldeados de la hinchada contradecían aquella selección. El estadio del Dinamo mostró su división más profunda cuando sonaron las notas del himno yugoslavo: la desaprobación de buena parte de la tribuna se mezclaba con el hondear de algunos emblemas tricolores, adornados con la estrella roja. Futbolistas como Ruud Gullit o Marco Van Basten fueron testigos presenciales de la gran división.
De vuelta a la competición oficial, Yugoslavia cerró su grupo de clasificación para la Euro’92 como campeón. Pero aquella tarde de mayo, junto al serio rostro de Miljan Miljanic, el seleccionador, Osim, no pudo más que confirmar la noticia: Dinamarca, segunda de grupo, iba a tomar el lugar del conjunto plavi en Suecia.
El 26 de junio de 1992 fue uno de los días más sorprendentes que ha conocido el balompié europeo. Aquel atardecer, la selección danesa, sin Michael Laudrup, que había renunciado al torneo por discrepancias con el técnico Richard Möller-Nielsen, derrotaba en la final a Alemania (2-0). Kim Vilfort y John Jensen hicieron la diferencia. Mientras la megafonía del estadio nombraba uno a uno a los nuevos y sorprendentes campeones de Europa (Peter Schmeichel, John Sivebaek, Kim Christofte, Brian Laudrup, Fleming Poulsen...), los futbolistas que les habían dejado su plaza se hacían mil preguntas...
El nuevo orden de los Balcanes
Sólo dos años después, proclamada y reconocida su independencia, Croacia ocupaba el primer lugar del ránking de selecciones europeas. En 1996 disputaron la Eurocopa de Inglaterra, siendo eliminados por el futuro campeón, Alemania, equipo que lideraba desde el fondo el rubio Matthias Sammer. Dos años más tarde, los ajedrezados se cobraron la vuelta, al apear a los teutones en la segunda fase del Mundial de 1998 en Francia. Un 3-0 inapelable, con golazos de Jarni, Goran Vlaovic y Suker. Croacia terminó tercera. Serbia y Montenegro también acudieron al torneo, juntas, con un grupo de futbolistas de mucho nivel. Apuntaban alto. Tuvieron a su alcance el pase a cuartos en aquel memorable partido de Toulouse ante Holanda. Con empate a uno, penalti marrado por Mijatovic, y gol definitivo de Edgar Davids en el tiempo añadido. El travesaño repelió el devenir de Serbia y Montenegro, en una Copa del Mundo en la que Croacia, de la mano de Miroslav Blazevic, se colgó la medalla de bronce... ante Holanda.
Doce meses después se volvieron a encontrar serbios, montenegrinos y croatas sobre un terreno de juego. Por primera vez frente a frente. Peleaban en las eliminatorias de clasificación para la Eurocopa 2000 en Bélgica y Holanda. El 18 de agosto de 1999 ambos equipos enfilaron juntos el pasillo que desembocaba en el estadio del Estrella Roja. Mijatovic y Boban abrían camino, con el pensamiento perdido en algún lugar del recuerdo. En un momento, el capitán de Croacia dirigió su mirada hacia su homólogo yugoslavo, atrapando la atención del propio Mijatovic.
El 9 de octubre del mismo año se vieron las caras en Zagreb. Boban no jugó aquel día. Sus nervios se consumieron sentado en una silla, impotente, detrás de una portería. Nada pudieron hacer sus compañeros. Una vez más, la enemistad se vio reflejada, sobre todo, en la tribuna. El gesto de complicidad entre Suker y Mihajlovic, tras un lance del juego, hablaba de otra cosa. Deportividad y respeto. Al final, Yugoslavia sacó el billete para la Euro, en detrimento de Croacia. Eslovenia también disputó el torneo, enfrentándose en la primera fase a sus antiguos compatriotas. Progresivamente, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro (en solitario) también comenzaban a hacer camino.
Un día de 1999 se reencontraron en un estadio austríaco el último seleccionador plavi antes de la guerra (Ivica Osim) y una de las grandes figuras de aquel combinado (Dejan Savicevic). El técnico dirigía al Sturm Graz; el genio, antigua figura del Milán, apuraba sus últimos años como futbolista en el Rapid de Viena. Y hablaron de los recuerdos sobre el tapiz: de aquella Eurocopa que pudieron haber ganado; de las exhibiciones que habían protagonizado en tantas y tantas capitales del continente; del pasado, presente y futuro; de los antiguos compañeros que tomaron su propio camino. El que marcaron los acontecimientos y las voluntades. Entonces los goles diversificaron su color.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna