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Très bien joué, Philippe!

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Image  El silencio comunica. Habla por sí solo. Del jolgorio al silencio a veces no hay nada. Una línea imperceptible. Sucedió en Anoeta. Aquel día la Real generó las suficientes situaciones de gol como para llevarse el partido ante el Granada. Hubo alegría durante ochenta minutos; y hubo descontrol en los últimos diez. Llegado el noventa la gente se agarraba a las barandillas, pero antes de eso ya estaba la suerte echada. La Real no ganaría aquel partido. Y finalmente no lo ganó: el mismo sentimiento que el día del Villarreal hace diez años, el del subcampeonato, cuando el conjunto txuri-urdin entró en tiempo añadido con 2-0 a favor. Al final, 2-2.

 

 

   La parroquia se disponía a celebrar un triunfo que respaldaba el cuarto puesto. La angustia final haría saborear aún mas la victoria. Pero en los Cármenes de Granada, esos patios adornados de lirios y jazmín, ya sonaba por bulerías el empate rojiblanco. El silencio del respetable cubrió Anoeta con una sábana de juramentos en la medianoche. ¡Nooooo! Los aledaños mostraban gentes caminando con la mirada perdida. Aturdidos. ¿Dónde quedaron los aplausos? El silencio sepultó el reconocimiento ganado a pulso. Es el fútbol.

 

   Vivimos sujetos al resultado. Nada o poco se percibe detrás de un revés. El ánimo funciona así. Pero siempre hay más, mucho más, detrás de un mal resultado. Queda la reflexión, el sentimiento de respuesta, queda el juego.

 

   La Real respondió cinco días después en Sevilla con victoria; y se rebeló ante el Madrid en un partido varias veces perdido, pero que terminó empatando. In extremis. Por convicción. Por puro juego. Por merecimiento. Porque los futbolistas, el entrenador, Philippe Montanier, y sus ayudantes creían. Han trabajado con la convicción de mejorar, con la pelota como argumento, y el atrevimiento de buscar la victoria sin tapujos. De forma organizada y veloz. Desenfadada.

 

 

  La Real ha desprendido la naturalidad de su técnico. Un tipo franco, sencillo, respetuoso y normal. Algo que de salida parecía penalizarle ante buena parte de la grada y los medios, ávidos muchas veces de púrpura, arranques de genio y grandes frases. La Real fichó a un técnico con una personalidad muy definida en Francia; un educador de formación, con una cultura de trabajo muy arraigada: dans la durée. El corto plazo resulta difícilmente  compatible con ellos. No lo era con Raynald Denoueix, su mentor, y no lo es con Philippe Montanier.

 

 

   Hubo un tiempo en que el mundo futbolístico dirigía su mirada con admiración a Nantes. Un club con una estructura muy particular, donde el sentido colectivo era innegociable. Formaban jugadores y entrenadores. El bilbaíno José Arribas plantó la semilla en los sesenta, y durante cuarenta años fueron ejemplo de formación, competitividad y éxito. Jugadores y entrenadores se impregnaban de unos valores que convirtieron al club en un ejemplo de funcionamiento, que encadenaba generaciones, a partir del juego. Y allí llegó un día Montanier, un destacado guardameta de finales de los ochenta y principios de los noventa, tras haber triunfado en el Caen.

 

   En los campos de la Jonelière se encontró a un extraordinario entrenador, Jean-Claude Suaudeau, un baluarte de los canaris durante décadas; y a Raynald Denoueix, el eterno responsable del centro del formación. Fue un paso fundamental para entender la importancia del trabajo a medio y largo plazo; la esencia de la formación. Suaudeau y Denoueix, como el maestro Arribas, eran educadores, formadores, ante todo.

 

   En la temporada 2000/2001 el Nantes ganó la Liga de forma inesperada de la mano de Denoueix. Una segunda vuelta espléndida coronó al conjunto del Loira, con un juego rápido, agresivo y eficaz. La temporada siguiente disputaría la Liga de Campeones de forma satisfactoria, siendo primero de grupo ante el Galatasaray, PSV Eindhoven y Lazio. En la Liga acusó el desgaste y cerró la primera vuelta en la zona baja: seis meses le duró el crédito a Denoueix. En la Real le pasó algo similar. Aunque terminó su segunda temporada, el desgaste europeo enterró su futuro en Anoeta.

 

   El Nantes, cuando prescindió de uno de sus grandes referentes, apuntaba a un cambio de filosofía que resultaría fatal en el futuro del club. Perdieron la paciencia, comenzaron a fichar y desfichar sin criterio, desfigurando las señas de identidad del club. Tan tocado quedó Denoueix de aquellas experiencias que no ha vuelto a entrenar. Desde que abandonó la Real ha declinado cualquier oferta para trabajar en un club. “No me veo identificado con el fútbol actual”, nos decía hace año y medio. Vive a unos pocos metros del centro de formación del Nantes y reconocía que le dolía ver la degradación del club; que no iba a ver los partidos. “Darle tiempo a Montanier, es un buen entrenador”, añadía. Eran los peores días del técnico normando al frente de la Real.

 

   La Real acudió a Denoueix en su día para hablar sobre Montanier. Le conocía bien. Avaló su fichaje y finalmente ha seguido sus pasos. De perfil similar, sigue la estela del maestro, por experiencia y convicción. Con una diferencia: a Denoueix lo echaron; Montanier se ha marchado. Porque fue prejuzgado al inicio, duramente criticado; porque se mofaron de él -“mueve el banquillo gabacho…”-, y siempre estuvo cuestionado. Pero un día comenzó a recoger los frutos del trabajo; armó un equipo alegre, convencido, letal, que ha dado las mayores alegrías que se han visto por estos lares en mucho, muchísimo tiempo. Con sus aciertos y equivocaciones, deja un equipo camino de la madurez futbolística, un grupo revalorizado a partir de elementos emergentes que han mejorado de forma sustancial en sus capacidades.

 

   A principios de año todavía recelaban. Con el recuerdo del desmoronamiento del equipo con Martín Lasarte en la segunda vuelta, seguía habiendo dudas. No había prisa para una posible renovación. Hasta que los acontencimientos hablaron por Montanier: habían acertado de lleno con su contratación. Era un técnico que encajaba perfectamente en la idiosincrasia de la Real, por su forma de ser, de trabajar, por su empatía con la plantilla… Y el rendimiento iba in crescendo. De manera espectacular. Algo que nadie había aventurado. Pero que se ha concretado en una formidable serie de partidos ganados de forma concluyente.

 

   El entrenador siempre sintió la desconfianza, hasta en los mejores momentos. Pocos miraban al banquillo a la hora de reconocer méritos -cada vez eran más los adeptos, eso sí-. El reconocimiento era mayor en el exterior que en su propia casa. Hasta que llegó el silencio del día del Granada, y la marcha en solitario hacia los vestuarios con la mirada perdida al final del partido ante el Real Madrid. Lejanos quedaban en el tiempo los gritos que exigían su dimisión; pero no hubo desagravio en Anoeta. Se fue como vino: de forma discreta, en silencio, con sumo respeto. Se va a un proyecto de medio-largo plazo, a un club de clase media, con recursos y un buen centro de formación, para intentar construír algo importante. Ya partió rumbo a la Route de Lorient.

 

   La experiencia le decía que aquí tenía poco recorrido, por el contrato que le ofrecieron, y por los tiempos; por la frialdad que percibía y la difícil temporada que se avecina, con un desgaste europeo que pasa factura en la Liga. Y ante eso, cualquier conquista anterior se convierte en olvido. El crédito tiene poco saldo en esas circunstancias.

 

   Se ha ido un entrenador que pasará a la historia como el elemento que dio el espaldarazo con gran naturalidad a un equipo forjado en la cantera. Algo difícil de encontrar en el fútbol profesional.

 

 

 

 

                                          Naxari Altuna (periodista) / @naxaltuna         Image foto: revista Panenka



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