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real  24 de junio de 2004, Estadio da Luz de Lisboa. Portugal e Inglaterra dirimían el pase a la siguiente ronda de la Eurocopa. Ganaban los ingleses, que defendían la renta mínima como soldados de la guardia real. Hasta que en el minuto 84 asomó el típico delantero que desata pasiones encontradas por su naturaleza fría e imprevisible. Hélder Postiga, futbolista ambivalente, neutralizaba la ventaja de los pross, consiguiendo forzar la prórroga para alborozo de las gentes que se agolpaban en los aledaños de la estatua Marqués de Pombal, en Lisboa, lugar de las grandes celebraciones del balompié luso. El duelo de fragatas desembarcó en el  punto fatídico, con medida de once metros. Avanzaba la tanda, hasta que llegó el turno del témpano ingenioso. Antes, había convertido el jovencísimo Cristiano Ronaldo, y marrado el gran especialista, Rui Costa. Eusebio, el mito, se desvivía en las colmenas de su nuevo castillo. Al final, el guardameta Ricardo se llevó los honores. Hubo un detalle que pasó desapercibido en el conjunto de la noche, porque el portero del Sporting CP se desdobló en su tarea: guardián de los lusos, como para-penaltis, y ejecutor de los ingleses, al definir el último lanzamiento.

 

 

 

   El cuarto penalti de Portugal era para Hélder Postiga, un delantero que había emigrado al Tottenham, procedente del Oporto.  Totalizaba dos goles en toda la temporada. Habiendo fallado su lanzamiento Rui Costa, con las gradas del campo del Benfica impregnadas de pavor, a Postiga no se le ocurrió otra cosa que homenajear al gran Antonin Panenka. Lanzó el penalti al estilo que convirtió en mito al futbolista de la antigua Checoslovaquia. Postiga, simplemente Postiga.

  Pasaron los años, y el delantero portugués fue quemando equipos como dececpciones acumulaba en su currículum: otra vez Oporto, Saint-Etienne, Panathinaikos, Sporting CP y, finalmente, Zaragoza. Tiene un gran representante, eso es indudable: el inevitable Jorge Mendes. La sequía goleadora de Postiga a orillas del Ebro alimentaba su leyenda errante, hasta que se topó con la Real.

 

   Dos semanas sin Liga es demasiado tiempo de espera para alguien que busca un desquite inmediato, tras una derrota especialmente dolorosa. Pasado ese tiempo, llega el día, en casa de un rival parejo y con muy pocos argumentos futbolísticos. Pero la Real, lejos de remontar el vuelo, sufre un revés preocupante por desconfiguración. Un equipo sin alma, pusilánime y entregado ha deambulado sobre el césped de la Romareda. Eso es lo que más llama la atención. Si nos ceñimos al juego: otro partido y el enésimo medio de cierre, en una posición estratégica no resuelta. Hasta ahora, en el punto de equilibrio, el veterano capitán Aranburu ha sido el único que se ha acercado a las necesidades que conlleva ese rol (el día del Granada). Intentó guardar la posición, preservando la espalda del equipo, porque el resto de medios son de los que se desenganchan: andan y se van.

   Cuando se recupere Asier Illarramendi tendrán que definir la posición del medio-centro. Y descifrar el papel de McDonald Mariga, un futbolista que en Italia se distinguía por su impulso atacante.

   El juego de la Real adoleció de identidad en Zaragoza. La singular pareja de medios-centros del conjunto maño, formada por un central de base (Fernando Meira) y un futbolista que ha jugado en tantas posiciones que uno no acierta a definirlo (Ponzio), no fue exigida en ningún momento por un grupo que, supuestamente, tiene más juego (Aranburu, Xabi Prieto, Zurutuza…). Aranburu y Zurutuza en ningún momento “molestaron” al eje zaragocista. Sarpong asomó como figura decorativa, sin posibilidades de ataque, ni dotes defensivas. Y Xabi Prieto, como elemento desenganchado en los últimos partidos. Cuarteto de cuerda floja en defensa, con demasiadas concesiones en cada uno de sus componentes. Cuestión de empaque. La falta de oficio es manifiesta en un equipo que necesita más determinación, claridad y comunicación sobre el campo. Hay un par de lances incomprensibles en ese último apartado. Demidov pagó por ello. Philippe Montanier tendrá que definir las coordenadas del equipo, y los futbolistas deberán espabilar. Quizá el resultado ante el Barça confundió al personal. Porque, sin ir más lejos, en su día el Granada no fue peor que la Real en Anoeta, y después todo han sido derrotas. En partidos inexplicables.

   La Real tampoco mordió en Zaragoza y Hélder Postiga resucitó por enésima vez.

 

 

 

 

                                                                                    Naxari Altuna (periodista)  naxari altuna



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