El gol que le marcó a Inglaterra en Estocolmo es uno más de su excelso repertorio de solista. Se le recuerdan goles imposibles en casi todos sus equipos, y son muchas las camisetas que ha besado en su carrera. Desde Malmö hasta París, pasando por Ámsterdam, Turín, Milán (en ambas orillas), y Barcelona. Tijera y traje a medida para los ingleses que se quedaron sin aliento el pasado miércoles. Zlatan fue otra vez Zlatan. Por algo eligió ser solista dentro de un juego colectivo; porque no nació para ser uno más, siempre el más diferente entre los compañeros. Por eso no entendió que en Barcelona hubiera otro como él, genial y extraordinario. Entonces, decidió batirse en duelo con su propio compañero y salió esquilmado. Su carácter no le permite vislumbrar otra sombra que no sea la suya propia. Pero la vista y los sentidos no entienden de esas cosas; por eso Ibrahimovic es un artista reconocido del balón. Se juega a lo que el quiera.
Al poco de nacer Zlatan, y cuando ya comenzaba a balbucear con la pelota, Suecia asistía con entusiasmo a las proezas de un grupo de jugadores que elevaron al quinto cielo al IFK Goteborg. Se cumplen 30 años del triunfo del equipo blanquiazul en la Copa de la UEFA, ante uno de los gigantes de la época: el Hamburgo. Y se cumplen, a su vez, 25 años de la segunda Copa de la UEFA del club, frente al Dundee Utd. escocés. Fue una generación inolvidable, cuyos futbolistas le daban a la pelota después de cerrar sus taquillas correspondientes. La mayoría eran profesionales de otras ramas y la organización del fútbol en aquel país era el reflejo de la sociedad escandinava: paridad en los salarios, mayor igualdad de clases y trabajo en equipo. La cacareada sociedad del bienestar tomaba aposento en el norte de Europa, con una concepción del fútbol semi-profesional. En 1986, cuando el FC Barcelona se enfrentó al Göteborg en aquella apoteósica semifinal de la Copa de Europa, un periodista le preguntó al excelente delantero del equipo sueco Torbjörn Nilsson si era cierto que había recibido una suculenta oferta del club blaugrana. Su respuesta dejó fuera de juego al redactor: “prefiero seguir cocinando”, le dijo el futbolista. Porque aquel rubio extraordinariamente dotado para el fútbol era cocinero, como el fornido centrocamista Tord Holgrem oficiaba como fontanero. Muchos de ellos aparcaban sus herramientas a las 14.30 para una hora después saltar al césped de entrenamiento. No en vano, las tres letras que anteceden al nombre del club, IFK, significan Sociedad Deportiva de Amigos. Su entrenador en el inicio de la época dorada, el ilustre Sven Göran Eriksson, así lo corrobora: “Éramos un verdadero equipo. Funcionaban como un grupo de amigos”.
Entre los dos hitos europeos del club (1982, 1987), se produjo una derrota que habría creado un trauma a cualquiera, pero la naturaleza singular de aquella gente ayudó a asimilar la decepción. Porque el Göteborg podía haber ganado aquella Copa de Europa, la de 1986. Se enfrentó en las semifinales al Barça de Terry Venables. En la ida, ganaron los suecos 3-0 en el Ullevi Stadion. En la vuelta, tuvieron las suficientes ocasiones como para haber liquidado la eliminatoria, pero se cruzaron con el día de gloria de Pichi Alonso. El hat-trick del ariete igualó la contienda. Luegro prórroga y más tarde penaltis. Allí emergió la figura del malogrado Urruti. El Göteborg se quedó sin la final de Sevilla ante el Steaua que estaba destinado a ganar. Por juego, trayectoria y personalidad.
Ya para entonces habían volado del equipo algunos de los jugadores que sorprendieron al Viejo Continente en la final de la Copa de la UEFA ante el Hamburgo en 1982. El conjunto hanseático dominaba el fútbol germano en aquellos años de la mano de gente como Manfred Kaltz, Felix Magath o el gigantón Horst Hrubesch. En la ida ganó el Göteborg en casa, 1-0, y en Alemania destrozó al contragolpe al equipo dirigido por el austríaco Ernst Happel (0-3). Los grandes equipos no tardaron en lanzar sus redes sobre aquel grupo de amigos. El enorme mediocampista Glenn Strömberg, lo más parecido a un vikingo, se convertiría en estandarte del Atalanta; el delantero Dan Corneliusson trasladó sus goles a Como, formando una pareja muy recordada por aquellos lares con el infortunado Steffano Borgonovo. Pero surgieron otros futbolistas brillantes, que siguieron con aquel espíritu que fue capaz de poner en jaque a los grandes de Europa. El círculo se cerró en la primavera de 1987, cuando se volvieron a coronar campeones de la UEFA. Eran otros tiempos, otro espíritu, otra forma de entender la vida.
Hace algunos años, la televisión sueca recordaba aquellas hazañas con un documental que titularon: Los últimos proletarios del fútbol.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna
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como el gran Nilsson, que bien ligas las salsas.