Recuerdo al Sporting puntero en los albores de los ochenta. Grandes partidos en Atotxa y el Molinón. Me acuerdo del
Brujo Quini, más tarde del astuto Eloy; del electrón Juanele, y más recientemente, de Villa, el demonio del área.
Todos los fines de semana oteaba la Segunda, para ver, entre otros, las evoluciones de un joven avispado, certero y voraz. Alguien en la Real soñó con poder ficharlo. No andaba equivocado. Aquel chico venía pisando fuerte; era un diamante en bruto. El Zaragoza apostó fuerte por él. Pero no le duró demasiado tiempo. Siguió la estela de otro prodigio de Mareo, Juanele, pero con mayor fortuna. David Villa, apodado
el Guaje, desconocía sus límites. Todos los desconocíamos. Llegó el Valencia, y también acertaron de lleno los chés. Se llevaban a un punta versátil, goleador: el delantero percutor por antonomasia. Un chico que arrancó un día para no parar. No descansó ni cuando quedó momentáneamente inutilizada la diestra, su pierna poderosa. No quería perder tiempo. Trabajó la zurda, como quien aprende a caminar. Por instinto. Le valió la pena, tras ver su gol a Chile. ¿Falló Claudio? Más bien acertó Villa. Mejor dicho, embocó.
Igual de válido para explorar espacios cerrados o explotar el campo abierto. Abrelatas y contragolpeador.
Insaciable.
Por Valencia pasaron muchos grandes goleadores. Pocos como Mario Alberto Kempes; casi ninguno como David Villa.
No diga Kempes, diga gol, rezaba la tarjeta de presentación del
Matador. Gran artífice del triunfo argentino en el Mundial del 78. Para Villa cualquier presentación vale. O mejor dicho, huelga presentación. Se trata de un delantero de alta definición y gran intensidad. Con su energía y determinación es capaz de iluminar un estadio entero. O hacer saltar los plomos, depende cómo se mire. Cuando rebaña el cuero enciende las luces largas, mete la quinta marcha, e irrumpe en el área por las bravas, como quien conquista terreno virgen.
Su gol ante Honduras, el primero, el más valioso, siempre, el que rompe amarras, abriéndose camino entre las zarzas, con el balón atado al pie, sobre una baldosa de cristal, fue puro Villa. Siepre héroe; nunca villano.
Porque el deseo es más fuerte que cualquier otro sentimiento.
Naxari Altuna (periodista, ETB)