Hace varias jornadas, la Real llegaba sin perder al Sánchez Pizjuán. Contuvo a su rival en la primera parte (0-0), sin emitir señal alguna en la otra portería, y alguien dijo, “nada tiene que ver con la pasada temporada. Trabajan a bloque, sin fisuras. Ofrecen más seguridad”. Pero se olvidaba del principal argumento: el balón.
Hace poco, Johann Cruyff comentaba que el fútbol es un juego de fallos. Evidentemente, quien más cartas tenga en sus manos más argumentos ostenta. Rara vez contará con mayor número ases en la manga aquél que ofrece más ventaja al adversario: balón, espacio, tiempo… Hasta que apareció el genio de la lámpara: Frédéric Kanoute. Su gol desatascó un partido áspero, donde la Real sólo tenía un plan: no encajar.
Comenzó la temporada con una idea básica: defensa de cuatro, un medio centro de referencia, dos interiores, otros dos abiertos en la línea exterior y un punta. Asier Illarramendi ha sido la principal novedad en el centro del campo realista, por dinamismo, desparpajo, y salida limpia. En Sevilla estuvo más tiempo en el banco que en el campo, pero el principal problema sobre un papel (los malos resultados) persistió estando él sobre el campo (Mallorca, Athletic). Luego, hay un problema de contexto.
Es cierto que, desde su ausencia por lesión, el juego se ha resentido aún más. El triángulo inicial del eje medular (triángulo de las Bermudas, vista la involución) ha ido variando en su composición; cambiado constantemente las posiciones como una veleta. La posición de referencia en el medio-centro es de suma importancia, y ahí Mikel Aranburu ha sido el futbolista que mejor ha interpretado la posición (el día del Granada en Anoeta). Conoce el juego, mira y ve, analiza y actúa según las necesidades del equipo. Son muchas batallas en un jugador inteligente y comprometido. Valores que distinguen a los más grandes. Siempre ha existido la creencia de que más roba quién más impone por su físico. Pero la realidad señala a los mejores centrocampistas como recuperadores más efectivos: Busquets, Xavi, Iniesta, Xabi Alonso, Borja Valero, Martí, Movilla, Muniain,… Illarramendi, Aranburu (en el caso de la Real).
A Philippe Montanier se le ocurrió un día otorgar el eje del centro del campo a Mc Donald Mariga. De físico imponente, llegó a la Real el pasado verano a préstamo, procedente del Inter de Milán. Anteriormente había jugado en el Parma. En el conjunto nerazzurro jugó muy poco. Estuvo en la campaña del triplete, y su participación más visible fue en Stamford Bridge, en la vuelta de los octavos: jugó unos minutos en el tramo final. Si alguien piensa que pudo ser referencia en la medular, sólo hace falta ver lo que tenía por delante suyo: Esteban Cambiasso y Thiago Motta, para empezar. Hasta Javier Zanetti ocupaba posiciones centrales amenudo. Como medios ofensivos, Wesley Sneijder (obviamente), Dejan Stankovic, Sulley Muntari…
La Real primero quiso fichar al centrocampista de la Juventus Mohmo Sissoko. Finalmente se marchó al PSG, previo pago de 7 millones de euros. Prohibitivo para la Real. Luego, en tono jocoso, Montanier decía que el Sissoko bueno era el del Toulouse (cierto). También inaccesible. Más tarde fueron a por Sulley Muntari, internacional ganhés, poco utilizado en el Inter, y que últimamente venía jugando en la banda izquierda. Un perfil más elástico que Sissoko (el de la Juve, exValencia y Liverpool).
El fútbol está lleno de clichés. Como restando importancia a la zona donde se construye todo, desde la razón, se puso el acento en las dos áreas, simplificando la ecuación: “donde se decide todo”. Muntari no podía ser, pero Mariga, compañero de equipo, quizá sí. La Real echó el resto por él, y consiguió su cesión. A partir de aquí, ¿Qué concepto futbolístico se tiene del internacional keniata? Medio-centro, interior, más adelantado…
Montanier lo ha colocado como referencia (solo o con pareja), y como interior. El chico anda desorientado. Deambula por el campo, observando cómo corre el balón; elige mal, sin ofrecer alternativas al compañero, y siempre le toman la espalda. En la primera parte el Madrid tuvo una pista detrás del keniata y Markel. El primero no interpreta bien el papel de posición, y su acompañante siempre tiene que estar rectificando. Mariga necesita raciones extra de táctica. Él y sus compañeros, para que interpreten correctamente el juego. Mientras, Aranburu, el centrocampista más lúcido, estaba en el banquillo.
Montanier quiso blindar el pasillo central, acumulando efectivos retrasados en la retaguardia (cinco defensas puros, sin salida por los costados en la primera parte), para limitar los espacios a la espalda de los defensas y evitar la estampida del rival. Pero el hueco estaba en el dorso de la medular.
Sin salida alguna(ya no limpia), la Real se fue ahogando. El acordeón seguía emitiendo sonidos graves. Como el niño asustadizo: cierra los ojos, se encoge de hombros y piensa que lo mejor es tragar saliva y pensar en el próximo partido (Vallecas), porque ese sí “es de nuestra liga”.
Xabi Prieto cambió de banda. Jugó en la izquierda, para dar acomodo a Dani Estrada en la derecha. Hay que recordar que el zarauztarra, autor de dos goles esta temporada, subió al primer equipo como interior-extremo; muy realizador además en su última temporada con el Sanse. Toda ayuda es bienvenida para intentar sujetar a Di María, Cristiano, Marcelo… Pero el brasileño se quedó en el banquillo. A pesar de ello, Estrada y Carlos Martínez se centraron, básicamente, en cerrar el pasillo.
El número diez es estandarte del fútbol. Tiene mucha trascendencia, por historia. Su portador en la Real, Xabi Prieto, está apagado, como ausente. El año pasado todo comenzaba en Claudio Bravo, el principal receptor era Prieto, y a partir de la peinada asedio en la zona de tres cuartos. Este año el objetivo inicial era elaborar más, desde atrás, pero interferencias entre líneas rompen la armonía. El balón anda vacilante, Xabi Prieto no es protagonista, y nadie consigue hacerse con el esférico para serenar el juego, ordenar a los compañeros en el campo, y darle oxígeno a la jugada. Porque el hombre más adelantado no es delantero centro. Carlos Vela tiene movilidad, rompe bien por la banda izquierda, y entra por sopresa. No es Imanol Agirretxe ni Joseba Llorente, es más Diego Ifrán; o, mejor dicho, Diego Ifrán se podría parecer más a él.
Y finalmente: el enigma Antoine Griezmann. Su verano ha sido un castigo que no merece la afición de la Real. Difícilmente encontrará otro lugar donde la gente sea tan comprensible. Alguien le tiene que explicar lo dura que es la vida, y saber valorar la gran oportunidad que le ha brindado. Entra y sale, con la misma cadencia de los cambios estructurales que realiza el entrenador. A veces está como ausente, desacertado; en otras, el acordeón de repente balbucea un sonido agudo. Le echa sal y pimienta al juego ofensivo, con fogonazos como el arranque de ayer con disparo comprometido para Casillas. Pero, la entrada que le hace después a Sergio Ramos muestra que el sistema emocional no está bien. La agresividad e intensidad nada tienen que ver con eso: Griezmann tuvo que ser expulsado.
Otro cambio estructural, y una derrota más. Cuando el Madrid comenzó a equivocarse colectivamente, la Real vio que podía: más que nada porque sólo llevaba un gol de retraso en el marcador. Pero, el conjunto txuri urdin echó mano de los agudos demasiado tarde. El espectáculo había tocado a su fin, y veremos qué formato nos depara en Vallecas.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna