Estábamos citados con John Carlin en Johannesburgo aquella fría mañana de junio. Era invierno en el hemisferio sur. Un día muy señalado: se cumplían quince años del triunfo de Sudáfrica en el Campeonato del Mundo de rugby que ellos mismos organizaron. La célebre película Invictus, dirigida por ClintEastwood, copó las pantallas en 2010. Un film basado en el gran libro Playing de Enemy, creación del periodista y escritor John Carlin. Las vivencias de Mandela son de novela, y el escritor quiso contar la historia vital de Madiba desde las propias entrañas. El Factor Humano, es el título de la versión española de la obra. Carlin conoce muy bien a Mandela y quiso remarcar desde el principio su aportación decisiva al país del arcoiris: “Evitó una guerra civil”, con el deporte como punto de partida.
En 1995 Sudáfrica organizó el Mundial del balón ovalado. Siendo un deporte abrumadoramente mayoritario entre la comunidad blanca, el presidente Mandela hizo un llamamiento para compartir sentimientos, dejando de lado el dolor que había provocado el sometimiento de los blancos. “Consideraban a Mandela como Ghandi o una especie de dios. Pero en el fondo fue un político muy pragmático. Desde la inteligencia logró convencer a la gente y Sudáfrica miró al futuro”, comentaba John Carlin.
Mandela habló primero con los jugadores, lanzó un mensaje de convivencia a la sociedad, y al final tod@s juntos celebraron un triunfo que trascendía la esfera deportiva. Sudáfrica noqueó en la final a Nueva Zelanda y el país explotó de alegría, como nunca antes había hecho. Allí estaba Madiba, tocado con un sombrero, cubierto por la camiseta verde de los Springboks; el mismo hombre que estuvo 27 años encerrado en la cárcel de Robben Island. Allí era el preso 46664. Y cuando recuperó la libertad se convertiría en una especie de profeta: el padre de la paz. Mandela tomó la palabra y aquellos gigantes que luego tumbarían a los neozelandeses se echaron a llorar. Madiba conmovió al país con su visión de futuro.
Un año después el país del sur africano acogió la Copa de África de fútbol. Los Bafana-Bafana (¡Vamos, chicos!) no eran punteros en cuestiones balompédicas. Era, básicamente, el deporte de la comunidad negra; y en el corazón de Soweto, donde el balón corre con alegría por las callejuelas del pueblo llano, asomó la elegante figura del central Mark Fish, un futbolista blanco que se convertiría en emblema de la selección. Encajó perfectamente entre los pesos pesados: DoctorKhumalo, Phil Masinga, John Moshoeu, Mark Williamsy compañía. El seleccionador también era blanco: Clive Barker. En medio del equipo multicolor asomó Mandela, al calor del fervor popular, saludando con enorme satisfacción a la hinchada del Soccer City. Sudáfrica también ganaría el torneo futbolístico. ¡Apoteósico!
El siguiente reto era organizar una Copa del Mundo de fútbol. Los sudafricanos tenían marcado en rojo el certamen de 2006, pero inesperadamente la FIFA otorgó la organización del Mundial a Alemania. El turno de los africanos se demoraría cuatro años. Entonces, Mandela levantó los brazos al cielo con la copa de oro entre sus manos.
Han pasado casi tres años desde que el singular eco de las vuvuzelas entrara por la ventana de todas las casas del planeta. Ahora resuenan otra vez con motivo de la Copa de África 2013. El máximo torneo continental pasará a jugarse los años impares para no coincidir el mismo año con la disputa del Mundial. Y lo hace con ausencias notables: no estará Egipto (séptuple campeón de África), tampoco Camerún (¡Un torneo sin Eto’o!), ni Senegal. Nueve de los dieciséis seleccionadores son europeos, en un continente con marcada influencia francesa. El fútbol africano es el vivo reflejo de la sociedad, inestable, envuelta en diversos conflictos y guerras intestinas: entre otros muchos, Mali y Argelia viven momentos complicados. Una muestra de la inestabilidad perenne (en asuntos futbolísticos): ¡Sudáfrica ha tenido diecisiete seleccionadores en los últimos veinte años! Con tanto cambio, es imposible dotar al balompié africano de estructuras estables, y en ello tiene que ver también el espíritu de algunos entrenadores, ávidos de resultados inmediatos por encima de planes y proyectos duraderos.
Hace un par de años el mito camerunés Tommy N’Kono nos hacía unas interesantes manifestaciones al respecto: “Siempre que viene un entrenador foráneo esperas que deje huella. En África hay mucha necesidad en materia de infraestructuras, y es muy importante formar técnicos locales para desarrollar proyectos con l@s jóvenes. Hacen falta referentes externos, sí, pero deberían hacer un esfuerzo para ir más allá del resultado. Pero hay que reconocer que los dirigentes también tienen que ver en esto”. Camerún no pasó de la fase de grupos en el último Mundial. El dolor de los aficionados era palpable: “Los dirigentes sólo piensan en lo suyo. Son carbón, carbón...”, gritaba indignado en Pretoria un hincha que había volado desde los Estados Unidos para alentar a los leones indomables. Han pasado casi tres años desde entonces y el equipo encabezado por Eto’o no estará en el torneo continental. Cabo Verde les apeó en la carrera hacia la fase final. Los Tubaroes Azuis se estrenan en una competición donde la sorprendente Zambia defiende título.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna