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Fútbol en medio de la guerra

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Fútbol en medio de la guerra
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ImageSe toma como algo normal ver a Malí compitiendo en la Copa de África, mientras el país está sumido en el enésimo conflicto con intereses externos. Recientemente, una prolongada sequía castigó con dureza toda la zona del Sahel, problema invisible para las gentes del otro lado del mundo. Ahora, ante otro tipo de contingencias, Francia entra en liza con vehemencia. Intereses propios en juego.

 

 

 

   Malí fue otro territorio diseñado al antojo de la metrópoli dominante. El enésimo estado artificial cuando en 1960 consiguió su “independencia” de Francia.La influencia gala es incuestionable: una relación dependiente. Conocida antiguamente como el Sudán francés, el conglomerado de territorios agrupados bajo el nombre de Malí tiene la espada de Damócles sobre su cabeza. Los intereses coloniales determinaron las fronteras de África al brillo del precioso metal. La riqueza de las materias primas y el sentido estratégico marcaron las coordenadas de la nueva organización del continente. No se tuvo en cuenta la naturaleza de los pueblos; daba igual que fueran mandingas, bambaras, malinkes, o tuaregs. En Malí se mezclan quince etnias diferentes, en un país con abrumadora mayoría musulmana.

 

   Encenderé un fuego para ti, el libro del profesor gallego José Carlos García Fajardo, tiene como punto de partida Malí, en su maravilloso viaje hacia Tombuctú. La monumental ciudad de arcilla fue el gran núcleo de la cultura musulmana en África allá por el siglo XIV, cinco siglos antes de que llegaran los franceses.

 

   Los conflictos en África tienen que ver con su naturaleza compleja, con la dificultad de las relaciones y con los intereses tanto internos como externos. Los derechos e intereses de las comunidades van por un lado; mientras, los anhelos y negocios externos viajan por otra vía. Los problemas de las gentes, los perjuicios que puedan sufrir la cultura y costumbres de l@s nativ@s, la vulneración de los derechos humanos, no tienen demasiado eco al otro lado del planeta. Los beneficios marcan la pauta.

 

   Hace veinte años, Yugoslavia vivió una guerra cruenta que afectó de lleno al deporte de aquel país. La selección plavi (azul en serbio) se había clasificado para disputar la Eurocopa de 1992 en Suecia, pero, pocos días antes de arrancar el torneo, Naciones Unidas le excluyó de la competición. Llamaron en su lugar a Dinamarca, a la postre campeona de Europa. Como Jeannot, ocho años antes con la selección francesa.

Jeannot no tenía dos pulmones, eran tres. Pregúntenle si no a Michel Platini. El capitán empujó el balón hacia las redes, impulsado por la bocanada de aire salvador del mediocampista Jean Tigana. En su documento de identidad aparece Bamako como lugar de nacimiento. Capital de Malí. Jeannot llegó con tres años a Francia, y como sucede con un@s poc@s, sus aptitudes para el deporte de alta competición alumbraron el futuro, de color azul.

 

 

   En Francia se habla mucho de Platini (9 goles en la Eurocopa de 1984 –primer título de la selección gala-), se habla también de Zinédine Zidane (guía de la Francia campeona del Mundo en 1998 y de Europa en 2000); pero nada de aquello habría sido posible sin el arreón postrero de Tigana. Aquella noche de 1984 comenzaba a cambiar el rumbo del fútbol hexagonal. Ocurrió en Marsella, cerca de donde creció, ante Portugal.

 

   Fernando Chalana planeaba con suma elegancia sobre el partido. Con su inconfundible figura, bigote en ristre y melena rizada al viento, el centrocampista del Benfica conectó de forma letal con el goleador Jordao. Ambos armaron el taco en el Vélodrome, inundado por el ruido de las características bocinas de la época, que se mezclaban con el miedo de la eliminación. Hasta que en la prórroga Tigana agarró la pelota para romper la defensa lusa, como cuchillo que corta el jabón en dos piezas simétricas. Sus compañeros a duras penas respiraban el partido, ahogados por el agobio del tiempo que discurría hacia los penaltis. Había que tomar una determinación radical para ganar el partido y Tigana se disfrazó de Platini, alcanzando la línea de fondo, cual flotador para sus compañeros. El ilustre capitán se aferró al pase de Jeannot para convertir el triunfo de Francia. 3-2. Los galos estaban en la final de su Eurocopa, que días después ganarían. El gallo tenía tres pulmones.

 

   Tigana dejó una huella muy profunda. Un día volvió a Malí, para conocer mejor la tierra de sus padres, el país que le vio nacer y marcharse poco antes de la independencia. Pudo palpar in situ el lugar de sus orígenes, tan diferente a la Marsella que le vio crecer. Otra realidad. Los hijos de su generación nacidos en Francia también vistieron la zamarra azul en su primera juventud, pero muchos decidieron cambiar el paso en la decisión final de defender la zamarra nacional en categoría absoluta. Frédéric Kanouté representa el caso más significativo. Nacido en Francia, de padre malí y madre francesa, militó en las categorías inferiores de Francia; pero cuando hubo que decidirse por una selección absoluta, se abrazó a la tierra de su padre: Malí.

 

   La primera vez que Kanouté visitó sus orígenes se quedó impresionado. De creencia musulmana, el mito del Sevilla colabora desde hace mucho tiempo en el desarrollo y la educación de l@s niñ@s de África a través del deporte. Antiguo capitán de la selección, recién delegó su responsabilidad en otro futbolista enorme: Seydou Keita, tantas veces encumbrado como ejemplo por Pep Guardiola. Keita nació en Bamako, como Tigana, y en el Mundial sub’20 de 1999 fue proclamado mejor jugador del torneo, por delante, entre otros, de Xavi Hernández.

 

   Malí continúa adelante en la Copa de África de la mano de Seydou Keita; como la guerra en su país. Ellos marcan goles a cambio de una sonrisa; las armas tienen otro tipo de intereses.

 

 

 

                                                                                          Naxari Altuna (periodista) Image @naxaltuna



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