El fútbol es sentimiento, sensación, pura competición. Extrañamente flotaba en el ambiente un atisbo de goleada a favor. Algo inusual tratándose del calibre del rival, por muy mal que estuviera deportiva e institucionalmente. Y curioso: Luis Aragonés era el entrenador de aquel equipo. Esa temporada había recuperado a una figura de talla mundial sobre el campo, un centrocampista como pocos, que se pasó un año postrado en la grada por un acto de deserción. Bernd Schuster había sido sustituído dos años antes en la final de la Copa de Europa ante el Steaua de Bucarest en Sevilla, y sin esperar a la resolución de tamaño choque, se duchó y puso tierra de por medio. El FC Barcelona pereció en la tanda de penaltis, a pesar de la lúcida actuación de Urruti. Pero al otro lado del campo, en el equipo de elástica blanca, jugaba un gigante llamado Ducadam. Schuster se pasó en blanco la siguiente temporada, pero aún le quedaba una más como blaugrana sobre el césped, antes de retomar de forma activa el color inmaculado.
La temporada 1987/88 fue terrible para el Barça, una de las más volcánicas que se recuerdan. Las gradas del Camp Nou fueron menguando en entusiasmo. Había un gran malestar y el desencanto se adueñó de las gentes. Pero Schuster ya no estaba en un rincón. Volvió al corazón del juego y eso ya era bastante.
A finales de 1987 visitó Atotxa un sábado por la noche el conjunto blaugrana en pleno frenesí txuri-urdin. Las dudas que podía generar el FC Barcelona eran inversamente proporcionales a la confianza y fe ciega que albergaba la Real, en lucha directa por el campeonato liguero, con el dispositivo que pusieron en práctica por aquellos tiempos John Benjamin Toshack, en la propia Real, y el chileno Vicente Cantatore en el Real Valladolid: un líbero y dos centrales en el fondo, con laterales de largo alcance. La Real había perdido esa temporada a López Ufarte, pero estaba Begiristain, junto a José Mari Bakero, López Rekarte y Loren. Era la savia nueva, que entroncaba con los últimos fogonazos de dos mitos: Arconada y Zamora.
El primer eslabón de aquel equipo, el encargado de engarzar el juego con la zona de medios, era Larrañaga, un estratega de buen pie. Gorriz y Gajate eran los sólidos baluartes de aquella parcela central. Fue un año extraordinario de fútbol.
De aquella visita liguera del Barça a Atotxa uno recuerda la lluvia de goles en la portería culé, hasta cuatro; y el solitario tanto de Roberto, el fenomenal llegador que luego fue retrasando su posición en el campo. Hablamos de un equipo que contaba con Zubizarreta, con Gerardo, Migueli, Alexanko, Julio Alberto, Víctor, Schuster, Calderé, Clos, Lineker, Carrasco… Cosa sería. Pero penaba el once culé en el campeonato, rotas las relaciones con la planta noble. Y llegó a aquella final de Copa con una sola bala en la recámara: o ganaba el título o no disputaría competición europea la siguiente temporada. Era su tabla de salvación.
Aquel día de marzo, en el Santiago Bernabéu, escenario de la final, una imagen llamó poderosamente la atención. El contingente blaugrana acudía en minoría al partido como consecuencia del desánimo. Al otro lado, llegaba la familia numerosa txuri-urdin, con el recuerdo del título del año anterior en la Romareda, y la goleada liguera infligida al Barça. Todo ello espoleado por un proceso copero sobresaliente, eliminación apoteósica del Atlético y Real Madrid incluída. El zurrón estaba preparado. Schuster y demás compañeros parecían afligidos.
Dicen que las finales no se juegan, que se ganan. Eso es lo que hizo el conjunto blaugrana. La Real anduvo atascada. Apenas un par de incursiones insulsas en una final que no honró el extraordinario trayecto por aquel torneo. Y fue Schuster el artífice, sí, el hombre que ponía la pelota donde quería. Fue Schuster quien lideró la operación rescate del FC Barcelona. Por algo hacía suyo el esférico. En una falta lateral colocó los restos de una naranja sobre el balón en forma de chanza, y lo siguiente fue una acrobacia de Arconada, un segundo remate a quemarropa de Alexanko, y una triste canción de epílogo para un equipo que no estuvo a la altura de su gran temporada.
Poco después llegaría el famoso motín del Hesperia. La escenificación de los desencuentros entre un régimen presidencialista extremo, el Nuñismo, y una plantilla rebelde en pos de sus derechos, con el entrenador Luis Aragonés a la cabeza. Aquello acarreó una limpia profunda y un cambio que marcaría la historia del fútbol, con la llegada de Johan Cruyff al banquillo. Tras estar a punto de quedarse fuera de Europa luego de un nefasto campeonato liguero, había terminado la temporada el Barça ganando aquella Copa, y ello dio pie a conquistar posteriormente la Recopa en la primera temporada de Cruyff como entrenador, con López Rekarte, Begiristain y Bakero en su equipo.
Entre reformas profundas de los poderosos que afectaron de forma nefasta a la Real y los nuevos tiempos, el conjunto txuri-urdin fue perdiendo efectivos básicos a gran velocidad. Se abría una nueva era. Hasta nuestros días. Ahora vuelve por las lejanas instancias competitivas, 26 años después.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna