Dos seleccionadores se cobró el motín de los futbolistas en la anterior Copa del Mundo. Raymond Domenech salió disparado por los acontecimientos, y Laurent Blanc, dos años después, en la Eurocopa de Ucrania y Polonia no pudo cambiar la atmósfera de pesar que provocó aquel desaguisado.
Hubo estupendos futbolistas, como Jérémy Toulalan, que se quedaron en el camino. Blanc decidió apostar por la generación de 1987, con Karim Benzema a la cabeza, una hornada de calidad pero difícil. Samir Nasri, Hatem Ben Arfa y Jérémy Ménez comprometieron su carrera en la selección por culpa de un comportamiento reiteradamente inadecuado. Tras la eliminación de la Euro, Francia volvió a caer en la melancolía. Y su reputación quedó peor parada con aquel episodio de los internacionales sub’21 que se escaparon de Le Havre a Paris pocos días antes de disputar un partido decisivo en Noruega. Aquello también dejó futbolistas malparados. El peor, Yann M’Vila, mediocentro titular en la anterior Eurocopa, que terminó refugiándose en la liga rusa. Sólo Antoine Griezmann consiguió revertir una situación compleja, con grandes actuaciones en la Real que le han abierto las puertas de la selección absoluta.
Francia necesitaba algo más que aire fresco. Precisaba un golpe de efecto moral, recuperar el espíritu de EQUIPO que le llevó a ganar el Mundial de 1998, contra viento y marea. Porque entonces tampoco lo tuvo fácil. Fue un proceso largo y delicado.
Pocas noches tan nefastas para el fútbol francés como aquella gélida de noviembre en el Parque de los Príncipes de París. Los bleus tenían el billete para el Mundial de EEUU en la mano. Les valía el empate ante Bulgaria. Para ser precisos, con un punto ante Israel y Bulgaria como local les bastaba. Pero los galos perdieron ambos partidos. El definitivo en la última jugada del partido: Emil Kostadinov decapitó a una generación de futbolistas. Eric Cantona, David Ginola y Jean-Pierre Papin quedaron marcados en el proceso. Tres futbolistas con un tremendo peso en el fútbol francés.
Había expectación, cuando no polémica, en torno a la lista que iba a confeccionar el nuevo seleccionador, Aimé Jacquet, para la Euro’96 de Inglaterra. Eric Cantona era la estrella absoluta de la Premier League y su ausencia se antojaba muy contradictoria. El futbolista del Manchester United tenía tanta personalidad que encogía a la figura emergente del futbol galo: Zinédine Zidane. Jacquet hizo una apuesta fortísima. No llevó a Cantona al torneo inglés y Zidane se convertía en el nuevo faro de la selección. Una temporada de locos, que arrancó con la Intertoto para desembocar en la final de la UEFA con el Girondins de Burdeos, convirtió a Zidane en una figura disminuída por la exigencia de la competición. Era su estreno al más alto nivel. No pudo ofrecer lo mejor de su repertorio, por debajo de su extraordinaria campaña europea con el Burdeos, pero aquello fue la antesala de su eclosión a nivel mundial.
Para la Copa del Mundo de Francia, en 1998, arreciaron las críticas, con la lista definitiva como reclamo. La no convocatoria de la incipiente estrella del Arsenal, Nicolas Anelka, fue uno de los azotes de la opinión pública. Jacquet se había decantado, entre otros, por “el amigo de Zidane”: Christophe Dugarry. El seleccionador había trabajado durante tres largos años en la búsqueda de una identidad como EQUIPO. La ascendencia de Zidane sobre el grupo era indiscutible, a partir de su enorme capacidad aglutinadora desde el juego. El meneur de jeu bleu no levantaba la voz en el vestuario. Tampoco arengaba a las masas. Simplemente ordenaba a sus compañeros con la pelota. Esa era su fuerza. Nada convence más que el talento colectivo. Francia consiguió un espíritu de grupo a partir de futbolistas como el central Laurent Blanc, o el mediocentro Didier Deschamps, grandes capitanes en sus respectivos equipos. Futbolistas con un gran sentido colectivo.
La época post-Zidane no ha resultado nada sencilla. Tampoco lo fue cuando Michel Platini cerró su etapa como futbolista. Aquello parecía en final del mundo, cuando Francia no consiguió clasificarse para la Euro’88 en Alemania, Italia’90 y EEUU’94. La banda de Platini fue algo tan extraordinario para el balompié hexagonal que su marcha tuvo un efecto depresivo demoledor. Hasta que alguien decidió apostar por un equipo comandado por otro futbolista estelar, fuera de serie, con clara vocación de club. Lejos de divismos.
Hemos visto cómo terminan a veces los ciclos más gloriosos. Es una tarea compleja acometer renovaciones que puedan evitar cataclismos como los que sufrieron con el tiempo la propia Francia, Italia o, ahora, España. Los galones son muy pesados y las decisiones caras. Deschamps supo decir adiós en su día a su extraordinaria carrera como internacional. Lo hizo en Rotterdam, con la Eurocopa bajo el brazo. El seleccionador Rogerre Lemerre hablaba con el rubio capitán sobre el césped, en un último intento, quizá, por reconsiderar su retirada. A partir de ahí fueron años difíciles para Francia, con la estrepitosa eliminación como campeón en la primera fase de la Copa del Mundo 2002, con Zidane lesionado, y la posterior de la Euro 2004 en Portugal. Zizou rindió su último servicio en el Mundial de Alemania 2006, con el subcampeonato.
En la Copa del Mundo de Alemania emergió la figura de Franck Ribéry, que había entrado en la lista a última hora. El futbolista, entonces del Marsella, encontró un lugar en el once titular y fue uno de los grandes animadores del torneo. Han pasado ocho años, y desde entonces la selección francesa sólo ha acumulado decepciones, dentro y fuera de los terrenos de juego. Siendo Ribéry el futbolista galo más reconocido últimamente, en ningún caso se ha convertido en un líder indiscutible dentro del equipo. Su baja de última hora podría haber encendido las luces de alarma entre los bleus, pero, curiosamente, el foco del juego se ha diversificado. Nadie discute el inmenso talento de Ribéry, sin embargo, su ausencia parece haber liberado en el terreno de juego a Karim Benzema, un delantero con alma de centrocampista. Muy discutido desde siempre por la afición francesa. También ha dotado de mayor presencia a un futbolista menudo, no tan reconocido, pero de una gran importancia desde que llegara Deschamps al banquillo: Mathieu Valbuena, el electrón que ya tuviera a sus órdenes en el Marsella.
Todo equipo busca un partido de referencia para encontrar el camino. Francia se debatía entre la duda, con la decepción de haber perdido casi cualquier oportunidad de acudir al Mundial de Brasil tras caer en Kiev por 2-0 en la ida de la repesca. Pero la vuelta fue el punto de salida de una catarsis colectiva; el espaldarazo a un equipo liderado por el capitán que ganó la Copa del Mundo en 1998. Los silbidos a Ribéry y Benzema desaparecieron de un plumazo del estadio. Y ahora, Karim vuelve a jugar como lo hacía en Lyon, en el origen de todo, poniendo luz donde suele temblar el pulso.
Es como si una tormenta de verano hubiera limpiado de un plumazo cualquier amenaza del pasado más reciente. Como si los egos se hubieran unido en pos de una idea. Jugar juntos para ganar. Asoman en el equipo piezas de un perfil que provocarían un cambio para bien en cualquier estructura. Desde el guardameta Hugo Lloris, pasando por la savia nueva: Raphael Varane, Mamadou Sakho, Yohan Cabaye, Blaise Matuidi, Paul Pogba, Moussa Sissoko, Antoine Griezman, Olivier Giroud, y los anteriormente ponderados.
No es la mejor Francia de la historia, pero nada tiene que ver con la jaula de grillos de los últimos certámenes. Falta medir la respuesta del equipo ante un contexto adverso. Como cuando iniciaron el camino hacia algo nuevo en el viaje de vuelta de Kiev.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna