Todo el mundo ponía el foco del favoritismo sobre las dos grandes selecciones sudamericanas. No por su excelencia como equipo; más bien por pedigrí, escenario, y por contar en sus filas con dos futbolistas de excepción. Brasil juega en casa; Argentina no se siente extraña en el hogar del vecino. La albiceleste juega al lado de su morada y nada de lo que le rodea le resulta extraño ni ajeno. Está en su salsa. Con la motivación extra de poder arrebatarle la Copa a su gran rival en su palacio de Maracaná. Pero, brasileños y argentinos no las tienen todas consigo. No transmiten confianza. Colectivamente no emiten vibraciones convincentes, porque son ecosistemas a merced de dos futbolistas distinguidos: Neymar y Messi.
Se olvidaron del contexto. Aparcaron la idea de jugar en armonía, de manejarse con la jerarquía que se le supone a cualquier potencia futbolística. Se olvidaron de los grandes centrocampistas que históricamente tuvieron. La fuerza y determinación se conjugan en las dos áreas, en un ejercicio agónico que dejó en evidencia a Brasil ante Chile. Nervios a parte. La tanda de penaltis resultó ser la metáfora de las dos superficies en un solo acto: la carátula y el dorso. Neymar y Julio César, depositarios de la victoria. El juego habla otro lenguaje. Reclama a los grandes intérpretes que siempre tuvo y de los que tan huérfano se siente: los grandes volantes y brillantes delanteros. La gran humillación para Brasil no sería perder, sino caer ante un equipo que se asemeja más a lo que históricamente fue el fútbol canarinho. Porque Colombia tiene un plan a partir de la pelota, donde todos trabajan para salvaguardarla y juntos caminan sin aferrarse a la baja de Radamel o al alumbramiento de James. Orden, rigor y a jugársela al gran anfitrión con alegría.
Argentina también cuenta sus partidos por victorias cargadas de adrenalina. Fe albiceleste. Tienen a un demonio por futbolista y cuando el menudo arranca menuda se monta… Se acomodaron a ello, rodeándolo de surtidores que preferentemente confluyen en él. Como los afluentes del Danubio. “Tenemos la suerte que Messi es argentino”, se apresuró a decir el seleccionador Sabella minutos después de ganarle a Irán. Una delantera de postín, a partir de Leo Messi, y un mediocampo difuso. Es la carta de presentación argentina, que se las verá con el otro outsider de la competición: Bélgica. Veremos si el juego les condena, si vencen por la gracia de una estrella, o si definitivamente muestran la grandeza que se les supone. Mientras tanto, la gran derrota, la que no tiene a qué agarrarse, ronda sobre sus cabezas. ¿Y si la final no fuera Brasil – Argentina?
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna