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La dama triste
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No hay nada que consuele a estas alturas a los seguidores de la Juventus de Turín, el equipo italiano con mayor número de incondicionales. Para hacernos una idea de este detalle: a mediados de los noventa, en una final de UEFA a doble partido ante el Parma, los turineses jugaron el partido de vuelta como locales… en Milán. En San Siro se juntaron los juventinos del país transalpino. Incluso, en las eliminatorias, llevaron algún partido de casa a Palermo. En cualquier otro lugar de Italia se juntaban más seguidores de la Vecchia Signora que en el desangelado Delle Alpi.
Lejos quedan los tiempos del Comunale, un estadio mítico, donde el conjunto bianconero alcanzó todo su esplendor hasta finales de los ochenta. Recuerdo el día en que se retiró Michel Platini, uno de los más grandes de la historia del club, si no el más grande. Fue un día triste, sin demasiado protagonismo para el inolvidable diez juventino. Una tarde gris de primavera en el Comunale, con la fiesta desplazada a Nápoles. Allí, el conjunto partenopéo conquistaba su primer scudetto en un San Paolo desatado. La delantera MaGiCa (Maradona, Giordano, Carnevale) ensombreció aún más el adiós de Platini.
Es la misma tristeza que embarga a los seguidores del conjunto piamontés desde hace un tiempo. Séptimo en la Liga (perdiendo gas a marchas forzadas), eliminado de la Europa League (seis empates en otros tantos partidos del grupo), y recién apeado de la Copa italiana (0-2 ante la Roma).
Hace unos años abandonó Delle Alpi, un estadio frío y distante, muy alejado del centro de la ciudad. Remodelaron el Estadio Olímpico de Turín, y allí intenta reconstruir su historia uno de los clubs más grandes del mundo, sin mucho tino. Sufre, todavía, el golpe recibido el verano de 2006, cuando le desposeyeron del título de Liga, y fue despedido a la Serie B, tras el turbio asunto del Moggigate (escuchas telefónicas con intenciones de amañar partidos). Se rompió el triunvirato que dio gloria al club, desde los despachos, en los noventa: Moggi-Bettega-Giraudo.
Lo único reconocible del club, además del escudo, son su legendario capitán, Alessandro Del Piero, y el mítico guardameta, Gianluigi Buffon. Las viejas glorias han ido saliendo en silencio. Mauro Camoranesi y David Trezeguet son los últimos casos, en un equipo que se desangra desde la retirada de Pavel Nedved; el hombre que portaba el aliento de una institución ganadora. Todos ellos cargaron sobre sus espaldas el descenso, devolvieron a la Juve a la Serie A, pero ya son cinco largos años sin título alguno.
Ficharon al cuerpo técnico de la Sampdoria, encabezado por Luigi Delneri, que tan buena temporada hiciera en Marassi. Y con ellos llegaron jugadores con demasiados altibajos. Gente como el goleador Quagliarella, el mediocentro Aquilani, o el delantero Pepe. Lesiones y rendimiento discreto por medio, han fichado en invierno al lateral izquierdo Barzagli y al sempiterno goleador Luca Toni, que se lesionó nada más llegar. Por ello, a última hora, antes del cierre del mercado, se han hecho con los servicios de Matri, el artillero del Cagliari. Un equipo donde conviven futbolistas de nivel medio, industriales en su mayoría, con los impulsos de Milos Krasic y las pinceladas de Alex del Piero.
Es imposible, con semejante desbarajuste, reconocer a la histórica Juventus, otrora de acero inoxidable, con un gen ganador esculpido a lo largo del tiempo. La vieja dama está triste. Y cuando su hijo predilecto, Del Piero, decida pasar página, una época gloriosa habrá terminado.
Naxari Altuna (periodista) 