Es curiosa la trayectoria en los banquillos de algunos célebres futbolistas. Susic jugó básicamente en dos equipos, que le tienen en un pedestal. El Sarajevo fue su único club en la antigua Yugoslavia, y el PSG su altavoz en el concierto europeo. Es uno de sus futbolistas más idolatrados, si no el más; miembro de aquel equipo que ganó los primeros títulos del conjunto parisino. Le cubría las espaldas Luís Fernández. Susic tomaba la pelota e inventaba. Cualquier cosa. Cualquiera. Porque el cuerpo le funcionaba con la misma brillantez que su privilegiada cabeza. La final de Copa de 1983, con una extraordinaria maniobra cerca de la frontal que terminó con la pelota en la red, después de hechizar a los defensores del Nantes con su extremada habilidad; o el primer título liguero en 1986, son dos de los grandes hitos que jalonan la curiosa historia de un club peculiar desde su propio nacimiento y existencia. Susic estaba allí. Él propició el cambio de dimensión, convertido en el gran príncipe del Parque. Ahora, cuando en lo alto de una de las tribunas se lee aquello de ici c’est Paris, no estaría de más recordar aquello de: ici jouait Safet Susic.
Nunca le llamaron para dirigir el equipo que llevó a la gloria. En los últimos años ha entrenado en Turquía, sin grandes alardes. Poco o nada se sabía de su trabajo, porque llevó equipos que nunca aspiraron a ganar la liga. Hasta que asumió la dirección del equipo nacional de Bosnia-Herzegovina. Siempre a la sombra de Serbia, Croacia, incluso de Eslovenia. Pero los serbios hace tiempo que cayeron en el olvido, con el escarnio de haber perdido el pasado viernes en Croacia (2-0), demostración de juego incluída por parte de los ajedrezados. Hrvatska ha sido el único valor seguro del fútbol balcánico desde que Yugoslavia se resquebrajara. El tercer lugar en el Mundial de 1998 y sus clasificaciones regulares para las distintas fases finales, con buenos resultados, avalan la regularidad y competitividad del combinado croata. Bosnia-Herzegovina siempre tuvo buenos futbolistas, pero el equipo no terminaba de romper. Se quedó de camino en alguna repesca, pero poco más. Debía inspirarse en otro pequeño país de la zona: Eslovenia. Y de la inspiración ha llegado su momento.
El equipo es reconocible, desde su portero, Begovic, guardameta del Stoke City, hasta la punta del iceberg: con Ibisecic y Dzeko, el futbolista más ilustre del país, delantero del Manchester City. El viernes ante Grecia marcó por partida doble, como lo hacían Halilhodzic o Kodro, cuando Susic tiraba una línea invisible para los zagueros. Los surtidores ahora son más modestos, pero vienen marcando una trayectoria destacable: Misimovic, Lulic o Medunjanin. En pocos lugares como en Bilino Polje se celebraron el pasado viernes los goles que ilusionan a un país tan castigado por la historia. Pero un día fueron afortunados de tener a un ángel vestido de futbolista, el mismo que ahora les guía camino a Río de Janeiro.
Naxari Altuna (periodista) @naxaltuna