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Image04/11/2014

 

El juego no fluye a orillas del Urumea. Se ha deteriorado  por momentos y los resultados lo atestiguan. El día del Getafe el sentimiento en Anoeta era de que algo se había roto, pero sobre las cenizas de una derrota inexplicable, por cómo se produjo, intentaron reconstruir la esperanza en casa del colista, pero en Córdoba tampoco. La puesta en escena sólo dio para rascar un punto ante un rival con escasos recursos.

 

 

   La semana posterior resultó desconcertante, con un torrente de comentarios en torno a la figura del entrenador, que seguía en el cargo en medio del “periodo de maduración” sobre las posibles decisiones a tomar por parte del Consejo. Y por el camino comenzaron a asomar nombres de otros entrenadores. Nombres tan diversos como el estilo que defienden.

 

   “¿Qué le pasa a la Real?” Se oye en la calle. El juego habla por ella. Se ha ido deformando en el  tiempo y los números van de la mano. Las razones pueden ser múltiples, desde la cabeza a los pies, y todo ello se refleja en el terreno de juego.

 

   Se habla de la derrota en Krasnodar como detonante del problema: el bloqueo psicológico tras un golpe inesperado. Aquel día la Real se aferró a la renta mínima del partido de ida hasta que se vio obligada a reaccionar. Sufrió lo que no está en los escritos a balón parado (mal endémico),  y fue incapaz de generar juego. Se rasgaron las vestiduras por la eliminación en la previa de la Europa League de un equipo con renovadas aspiraciones continentales. Pero el juego transitaba por otros derroteros.

 

   En Zubieta se produjo una reflexión al final de la pasada temporada sobre la cantidad de goles encajados durante el campeonato: 55 en 38 partidos (sólo siete equipos  recibieron más tantos). La Real concedía más de la cuenta. En el otro lado de la balanza, había anotado 62 goles, siendo el sexto mejor realizador del torneo. El desequilibrio era palpable. La herencia del 1-4-3-3 pasó a mejor vida para intentar buscar otro tipo de equilibrio, con un futbolista más en  mediocampo y una figura geométrica que comenzó a hacerse popular: el rombo. Pero las interacciones sobre el campo, lo sustancial, más allá de los dibujos, no emiten señales positivas, lo que termina penalizando al juego.

 

   En vísperas del partido ante el Córdoba, Jagoba Arrasate ponía el foco sobre una de las causas del problema: “Cuando hemos sido capaces de atacar bien el equipo ha sufrido menos defensivamente”. Una frase que alcanza al colectivo. La Real viene siendo un equipo largo que se parte por la mitad porque no avanza junto. El conjunto txuri-urdin multiplica centros al área sin conseguir que el delantero centro pueda rematar en situación ventajosa. Si se produce pérdida del balón, el rival encuentra muchos resquicios para contragolpear, porque el ataque realista no se ha desarrollado de forma ordenada, y los jugadores más avanzados, en muchos casos, tienden a descolgarse. La acción se convierte en una carrera hacia atrás donde los mediocentros se erigen en diques solitarios y sufren sin la ayuda de los hombres más adelantados.

 

Se habla de las bajas de futbolistas capitales en las últimas temporadas. Con la marcha de Illarramendi se perdió control y capacidad para ordenar las piezas; con Bravo, la voz de la experiencia, un portero de jerarquía y el primer eslabón del juego con su golpeo de balón; y la salida de Griezmann provocó pérdida de efervescencia, vocación de atacar al espacio, capacidad de sorpresa y contagio: un futbolista entusiasta, listo, intuitivo, explorador de espacios definitivos que sumaba en tareas defensivas. El atacante francés busca el desmarque, cualidad que no abunda entre sus antiguos compañeros. El fútbol es movimiento: ver, procesar y actuar con celeridad.

 

 

    Los continuos cambios en la zona ancha esta temporada dejan al mediocentro más o menos posicional, Markel Bergara, como único mediocampista fijo en el once y su pareja en el eje varía: Zurutuza, Pardo, Gaztañaga… Futbolistas de características muy diferentes: uno va de área a área, otro vive del pase, y el tercero es más posicional. En torno al centro neurálgico asoma una gama de futbolistas con pausa, dotados para combinar (Xabi Prieto, Granero); y otra unidad que busca acelerar y resolver la jugada (Canales, Chory Castro, Vela). Hasta la fecha, la mezcla de mediocampo en adelante ha sido diversa, y la cosa no ha funcionado.

 

   Se ganó al Madrid desde lo emocional, en un encuentro alocado. Aquel partido no servía para medir el verdadero momento de juego de la Real; un equipo encogido, que apenas despliega las alas. La banda resulta kilométrica para el lateral, con la consiguiente pérdida de frescura y capacidad de sorpresa.

 

    La punta de lanza presenta diferentes perfiles, con un delantero capaz de dar continuidad al juego y combinar con la segunda línea: Agirretxe. Un futbolista con  participación discontinua, en presencia y rendimiento. Gastaron mucho dinero en un estilete, Finnbogason, que se presenta como rematador: diferente al otro nueve, pero sin opciones claras de gol ante la falta de luz. La tercera vía consiste en adelantar la posición de Vela, que pierde contacto con el juego y termina siendo una especie de ave solitaria que revolotea en mitad de la tempestad.

 

   En el fondo del campo, Iñigo Martínez es un espectro de lo que comenzó apuntando. Su acompañante en el centro de la zaga empezó siendo Elustondo, centrocampista reciclado, que podía aportar una salida limpia de la pelota para generar ventaja en mediocampo, pero se lesionó, dando paso a Ansotegi. Y el caso de Mikel González comienza a ser un misterio. Perdió el sitio tras su compleja lesión hace dos pretemporadas y desde entonces la pareja de centrales se ha resquebrajado. Los laterales tampoco andan finos esta temporada, confirmando que el problema es de orden colectivo.

 

   La Real ha ido atacando cada vez peor. Proyecta un número de goles bastante inferior al pasado ejercicio (sale a diana por partido-10-), y presenta unos guarismos defensivos que no mejoran los de la última temporada, hecho que llevó a matizar el modelo de juego.

 

   Jagoba Arrasate pasó en pocos meses de ser una apuesta “por la estabilidad” a entrenador interino (visto los movimientos que se han producido antes de su destitución). Fue avisado de que se buscaban alternativas para el banquillo por si la situación empeoraba, pero a duras penas le sujetaba el presidente (renovaron su contrato por dos temporadas el pasado mes de abril). Y comenzó el baile de posibles candidatos, que ha sido como encender el ventilador en pleno invierno si comparamos la apuesta de hace año y medio con respecto a los nombres tan dispares que han ido asomando: Mel, Juande Ramos, Tuchel, Moyes, Sabella

 

   La Real está de mudanza. De plantear un estilo y línea de trabajo basada en la metodología e idiosincrasia de Zubieta, a echarse en brazos de un técnico de renombre: cambio de hemisferio. El domingo hay partido y el fútbol no espera.

 

 

 

 

 

                                                                                      Naxari Altuna (periodista) Image @naxaltuna



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