Ningún sitio como Inglaterra para calibrar el respeto por la memoria y los mitos: algunos en vida, otros en el recuerdo. Llevamos años identificando a los clubs más grandes con las leyendas que los hicieron inmortales. La imagen de Alfredo Di Stéfano en el Bernabéu nos conduce a la génesis del Madrid campeón; cuando vemos a Eusebio en las tribunas de medio mundo, recordamos las hazañas del Benfica; Ocurre lo mismo cuando Johan Cruyff hace acto de presencia en el palco del Camp Nou; la imagen de Franz Beckenbauer va ligada, irremisiblemente, a la del Bayern. Pero, por encima de todos ellos, a mí siempre me llamó la atención la figura de Bobby Charlton en el graderío de Old Trafford. Tan elegante y silencioso como en su gloriosa época de futbolista; educado, sigiloso, venerado. El estandarte de un club legendario.
El Manchester United ha crecido una barbaridad en los últimos veinte años. Baste decir que llevaba 27 años sin ganar la Liga, hasta que terminó la sequía en 1993. Los diablos rojos sufrieron una larga travesía sin poder echarse nada a la boca. El Liverpool, el Nottingham Forest o el Aston Villa alcanzaron cotas que parecían prohibidas para el United. Hasta que llegó Alex Ferguson.
El técnico escocés había ganado la Recopa en 1983 con el Aberdeen, un carismático equipo escocés que vestía totalmente de rojo. Lo hizo batiendo al Real Madrid, una lluviosa noche de primavera en Estocolmo. Ferguson acababa de participar en el Mundial de México con Escocia, cuando se incoporó al Manchester United. Corría el año 1986. La tarea no era sencilla: volver a reinar en Inglaterra y recuperar el protagonismo fuera de las islas. Los clubs ingleses purgaban las culpas de Heysel; eran años de cambios profundos. Los mancunianos supieron adaptarse a los nuevos tiempos mejor que nadie. Levantado el veto que les prohibía disputar competiciones europeas, ganaron la Recopa ante el FC Barcelona de Cruyff en 1991. Era la época de Steve Bruce, Gary Pallister, Dennis Irwin, Bryan Robson, Mark Hughes, Brian Mc Clair… Comenzaba el despegue.
Los primeros años de Ferguson a los mandos del United no fueron sencillos. Los títulos se resistían; principalmente la Liga inglesa. Pero losred devils tuvieron fe y aguantaron. En 1992 el Leeds United ganó el último campeonato inglés antes del alumbramiento de la Premier League. En Elland Road destacó un delantero francés, orgulloso y espigado, que más tarde se covertiría en estandarte de la resurrección del Manchester United. Eric Cantona fue una de las muchas personalidades que han hecho grande a los diablos rojos. Roy Keane, los hermanos Neville, David Beckham, Peter Schmeichel, Paul Scholes, Ryan Giggs, Ole Gunnar Solskjaer, Teddy Sheringham… son nombres que han quedaron en los anales. Luego han venido un puñado más que han ayudado a agrandar la leyenda.
El reingreso del Manchester United en la élite coincide con el nacimiento de la Prermier League. Desde ese año, los red devils no han dejado de acumular trofeos. Alex Ferguson anda cerca de la cincuentena: entre Liga, FA Cup, Comunity Shield, Champions League, Supercopa de Europa, Intercontinental y Recopa. Lleva 24 años dirigiendo el equipo. Más como alineador y motivador de sus huestes que entrenando, propiamente dicho. Uno de los iconos silenciosos del vestuario, Ryan Giggs, dijo un día que “trabajar a las órdenes de Sir Alex no es sencillo”. El viejocascarrabias irrita fácilmente, y entrar en una guerra personal es perder de antemano. Los “agraviados” prefieren marcharse. Ocurrió con dos capitanes ilustres, Roy Keane y David Beckham; y sucedió, en otra medida, con Cristiano Ronaldo.
Alex Ferguson ha tomado tanto vuelo que sólo él parece encarnar al United. Lo impegna todo. Estar tantos años en el puesto obliga a cambiar las piezas de cuando en cuando, y más si éstas contienen cierta rebeldía. Cuestión de egos, o simplemente incompatibilidad de caracteres. El último episodio lo ha escrito Wayne Rooney. Se quiere ir del Manchester United. No está en un buen momento personal, y parece que su relación con Ferguson se ha deteriorado. El escocés manda y está acostumbrado a que todo el mundo le rinda pleitesía. El perfil medio de la plantilla le va como anillo al dedo.
Las leyendas y personalidades nunca pueden estar por encima del club. No es casual que la divisa de un club lleve la impronta de gente como Bobby Charlton o Ryan Giggs; futbolistas que han sabido aglutinar, lejos de cualquier exceso de vanidad. Quizá sea el eterno problema de los dioses: cuando ganamos, es gracias a mí, y cuando perdemos la culpa es tuya. Y cuando el dinero entra en juego…
Uno sigue mascando chicle; el otro intenta despegarse. Un asunto que se repite.
Naxari Altuna (periodista)