Un gran equipo se puede armar de diferentes maneras. La historia y los recursos económicos marcan el nivel de exigencia externa. El tiempo es un valor incalculable. La tranquilidad no está reñida con la exigencia; y cuando se trabaja con paciencia y responsabilidad, cuando hay un método definido más allá de los resultados, si la materia prima es buena, los resultados llegan. El Madrid y su entorno sólo recelan del Barça; el resto no parece merecer su consideración. Pero un escalón más abajo, en el entresuelo, se ha desatado una especie de fiebre que amenaza con dejar pálido al conjunto blanco. El Barça salió indemne hace un par de meses; fue inmune gracias a las genialidades de Messi. El argentino ofició de antivirus.
Hoy el Valencia ha sido presa de la fiebre amarilla. El conjunto ché se adelantaba en la eliminatoria con dos goles tempraneros (habían empatado a cero en Mestalla), pero las hordas de El Madrigal han respondido cual ciclón en la reanudación. Con medios de alta escuela y un bomber de postín: Giusseppe Rossi. El domingo visitan el Bernabéu. El Villarreal, por juego, quizá sea el segundo equipo más brillante de la competición. Un club atípico, con vocación de cantera, pero de naturaleza cosmopolita. Hace unos años, fichó a la práctica totalidad del Albacete juvenil, campeón de España entonces, y hoy algunos de aquellos futbolistas comienzan a asomar en el primer equipo.En Villarreal siempre tuvieron claro que el proceso es la clave del éxito, por encima de figuras y caprichos. Y todo comenzó a fraguarse a través de una forma muy particular de concebir el juego: fusión de pequeños átomos. Antes, Riquelme monopolizaba el juego. Hasta que se sintió poderoso. Entonces se salió del renglón. Ahí demostró su poderío y solidez el club castellonense. Fernando Roig reforzó a Manuel Pellegrini en el banquillo y el Villarreal siguió explorando el horizonte profundo. La parcela ancha ya no era zona exclusiva. Podía perder a su pieza más preciada, incluso quedarse sin su goleador fetiche (Forlán); le quitaron al arquitecto del edificio (el ingeniero Pellegrini), pero la etiqueta seguía siendo la misma. Cuando tocan, el fútbol se reproduce, y cuando dejan de tocar aprietan con convicción y solidaridad. Orden, concierto y talento colectivo.
Con Ernesto Valverde el equipo no terminaba de carburar, y lejos de buscar pomposidad, el club siguió apostando por la coherencia. Subió al primer equipo a Juan Carlos Garrido, técnico del Villarreal B, que estaba realizando una magnífica temporada en Segunda A, y poco a poco han ido incorporando jugadores del filial. Con Nilmar asentado (lesionado), un Rossi superior, Senna revitalizado (lastimado), Cani mejorado, Bruno en constate crecimiento, Cazorla recuperado, y Borja Valero en plan mariscal, el Villarreal llega al Bernabéu para reivindicar las posibilidades del segundo escalafón. No tiene a CR7, Higuaín, Di María, Özil o Kaka’, pero maneja el cuero como pocos; y quizá, al Madrid nadie le haya jugado así hasta la fecha en el Bernabéu. Habrá que verlo. La contundencia inmisericorde contra la fusión de caminos. Como el Villarreal sea capaz de abrir una vía de agua en Chamartín será digno de escuchar a la Corte. Con Borja Valero a la cabeza: el enésimo gran futbolisa de la cantera blanca dando lecciones en otras latitudes.
Naxari Altuna (periodista)